Primero, no hay porque etiquetar o juzgar de malo el poner límites, ya que esto nos puede limitar al momento de querer marcar límites, por el contrario no beneficia y ayuda para aclarar las cosas que queremos o no aceptar que otros hagan. En el caso de las relaciones de pareja, son esenciales para evitar conflictos; con una comunicación basada en el respeto e independencia de cada uno.
En general hay 3 tipos de límites: rígidos, confusos y claros.
1.- Limites rígidos:
Son aquellos donde nadie puede cuestionar a la persona o cuestionar los nuestros, siendo inflexible con las opiniones de los demás, instaurando solo las creencias y valores propios. Por consecuente lleva a muchos conflictos o disputas con la pareja por no respetar su opinión.
2.- Límites confusos:
Este tipo es un “va y viene”, siendo incongruentes con lo que dicen y hacen, dejando que se perciba cierta autonomía, pero sin que se separe de la dependencia por la pareja; de igual forma podemos ser nosotros quienes impongamos estos límites. Provocando duda de lo que realmente se pude o no hacer dentro de la relación.
3.- Límites claros:
Ambas partes respetan y establecen acuerdos en favor de la relación y a su crecimiento individual, aclarando que pueden disfrutar de su tiempo juntos o por separado, aceptando su convivencia con otras personas o el realizar actividades de su agrado y disfrute.
Para que estos limites funcionen aun mejor, es necesario tener una comunicación asertiva por ambas partes, como individualmente tener buena autoestima, confianza en su pareja y seguridad en si mismo.