Cualquier persona que deja de aprender es viejo, ya sea a los veinte u ochenta. Cualquier persona que sigue aprendiendo se mantiene joven.
Henry Ford
Los estigmas que existen sobre la vejez son muchísimos y en distintos ámbitos, desde edades tempranas los hemos aprendido y cuando algunas personas llegan a esa edad hacen lo que se le llama la profecía autocumplida, ya que creen en cada uno de esos estigmas, uno de los más comunes es que los adultos y adultas mayores son «débiles» por lo que es común que sus planes a futuro no concuerden con lo que realmente piensan o sienten, sino que se los han impuesto. Es verdad que los hombres y la mujeres envejecen diferente físicamente pero, ¿Qué pasa mentalmente?
Aunado con lo anterior, estás ideas o creencias comienzan desde la niñez y perduran hasta la vejez. Muchas de las mujeres de la tercera edad son víctimas y no pueden vivir esta etapa de su vida con plenitud. Uno de los grandes prejuicios es que las mujeres tienen que ser madres protectoras y siempre tienen que cuidar a su familia y en las adultas mayores podemos verlo cuando tienen que cuidar a los nietos y el que manda es el hombre. Cuando en realidad aún tienen la vitalidad física y mental de seguir aprendiendo o trabajando en algo que ellas disfruten y deciden dejarlo a un lado por ayudar a los hijos/as. Mientras que para algunas les causa mucha alegría y felicidad estar con sus nietos y su familia, lo cual, es respetable si así lo desean, pero desafortunadamente no en todos los casos es así.
A lo largo de la historia se ha visto cómo ha cambiado la visión de los ancianos pero en eso también está involucrada la mujer ya que los prejuicios siempre la han acompañado, además de que a través de los periodos históricos, es más común escuchar un «anciano sabio» que una «anciana sabia».
Por lo que es necesario escucharlas, saber que es lo que sienten y que les gustaría seguir haciendo, para apoyar a las adultas mayores, así como impulsarlas a hacer valer sus derechos para que sientan esa paz y tranquilidad mental.